lunes, 25 de octubre de 2010

Luces de faros infinitos

No importa como sea el mundo, siempre hay un cuaderno que nos salva.

Los grises se tornan oscuros, las fronteras se borran, las realidades vuelven, las ilusiones se van.

El temor le gana a la locura.

Una voz reclama lo que le pertenece, un corazón grita su llanto, una tormenta lanza sus rayos y la tierra se parte en mil piezas, la verdad explota.

La música ensordece el claro clima de un silencio abstracto que impera en la tierra de lo que no ha de acabar, de lo que no acabo aun, de lo que ha acabado.

El aire inerte golpea fuertemente nuestras espaldas rasgadas y sangrantes por el sudor; por el sufrimiento.

Y el cuaderno prospera. Y sus líneas se siguen llenando de dulces poesías. Y cada página es una esperanza; y más que eso, un anhelo de serenidad y presencia, una canción que nunca llega a su acorde final y sus puentes nos llevan lejos, de donde podemos volver, pero a donde en fin pertenecemos.

El fuego asciende, la tormenta se enardece, un grito ahogado clama sin voz. Nubes de humo eterno, luces de faros infinitos cobran vida y ese mismo sol caluroso ahora hiela.

Una suerte, un infortunio se alejan. Todo es término medio. Cada ausencia es un anhelo y a la vez un miedo nuevo. Cada encuentro es un cumplido o un deshecho. La luz brilla intensa. La oscuridad cerca el deseo.

Y cada palabra es larga y complicada de escribir. Pero el cuaderno vive de silabas agonizantes. El cuaderno nos salva.




Septiembre de 2006

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