A mi pensamiento racional lo cuido y trato de nutrirlo cada día. Anhelo constantemente demostrar un sistema de pensamiento lógico, bien fundamentado, científico, abarcativo.
Sin embargo y aunque tal vez parezca una forma de contradicción, soy un profundo amante de las señales, y últimamente me han acompañado varias de ellas.
Lo que diferencia a mi creencia en las señales de una superstición radica en el carácter difuso que las señales tienen. Al mejor estilo Delfos, las señales se presentan como enunciaciones oraculares cuya elucubración es incierta, subjetiva y ambigua.
Advertencia legal: la coincidencia entre la interpretación de la señal y el cumplimiento de su designio debe permanecer en el ámbito de lo reflexivo. No es justo festejar estos cumplidos precisamente por las características antedichas de las señales. Bien visto, con un poco de espíritu desleal, podemos acaparar todo el tiempo señales que se cumplen.
Estas a las que me refiero yo son pequeñas sensaciones internas. Experiencias fuera de lo común que uno interpreta y que después marcan un rumbo. A veces, y sólo a veces, este rumbo termina siendo el correcto y la señal nos dio un guiño de ventaja.
Otro carácter que conviene mencionar es que cuando hablo de “experiencias fuera de lo común” no me refiero a apariciones metafísicas o a sucesos extraordinarios. Las señales están en la gente y en la naturaleza. Conviene creer en la gente y en la naturaleza.
Para esto dejo mi señal por excelencia, una que marco mi vida y que sigo tratando de interpretar:
Un día, trabajaba yo en un café y entró una pequeña niña de unos diez años de aspecto muy humilde a repartir algo así como estampitas o postales a los clientes del café a cambio de monedas “a voluntad”. Como sabíamos que no nos permitían que se “moleste” a los clientes, cortésmente invitamos a la niñita a retirarse.
Al salir, la veo comiendo un sándwich en la plaza que estaba al frente del café. Yo me encontré justo con mi novia y le pedí que me acompañara a pedirle disculpas a la niñita por haberla echado del local y a darle cinco pesos que me sobraban.
Ella, con los ojos y la vida llenos de amor, a mis disculpas, extendió sus manos con su comida y me dijo: “Esta bien, no importa. ¿quieren comer? Yo los invito”.
No soy capaz, aún, de descubrir a cuantas costas me puede llevar esa señal, de lo que si estoy seguro es de que sería un imbécil si la ignorara.
Aclaración: la anécdota es cierta. si a alguien le interesa, puedo redundar en detalles.
Sin palabras! q amor ♥...
ResponderEliminar"Las señales están en la gente y en la naturaleza", completamente de acuerdo :)
señal que indica el rumbo a tomar...
ResponderEliminarexcelente tu escrito (a mi Lila le gustaría mucho, ella sabe de signos y señales)
un beso*