miércoles, 6 de octubre de 2010

Borges: elogio del escepticismo.

Podría empezar yo haciendo alarde del descreimiento general de cuestiones mundanas, incluso de ese aire señorial que envuelve a quien se muestra escéptico ante cuestiones que no son más que lugares comunes “yo no les creo a los que dicen que tienen muchos amigos”, “Yo no creo que haya vida en Marte”.

Pero existe otra duda, otra incertidumbre existencial, que es la de no poder creer aun queriendo hacerlo. Es una tristeza noble que lo embarga a uno cuando la realidad, término que este mismo ensayo toma entre pinzas, nos anula la posibilidad de yacer en esperanzas falsas (si es que existen otras), de imaginarnos eternidades, de vencer a la muerte.

Es, sin más, un verdadero halago al escepticismo lo que hace Borges con sus análisis metafísicos. Si se presta atención, se deja entender la tristeza borgeana entre los ensayos eruditos, la del hombre abatido por el paso del tiempo. Es esencialmente ese el enemigo de Borges, así como el de todos los que vemos morir a las cosas y a la gente, el tiempo, a quien Borges se ocupo de enfrentar reiteradas veces, con reiterados esfuerzos y con diferentes resultados, mayormente desalentadores.

De entre esas batallas, quiero referirme a sus críticas al yo en “la nadería de la personalidad”. Su revitalización de Hume enfoca, como el titulo del ensayo lo indica, a la inexistencia de lo que él llama “el yo de conjunto”, noción lógica cargada de una corporeidad que le otorgan sus atributos de identidad y permanencia.

Para volver al tema de la reivindicación del escepticismo, cabe aclarar que este concepto que Borges niega, argumenta y contraargumenta, es enunciado en su ensayo del siguiente modo:

“Observa Grimm que este prolijo averiguamiento dialéctico nos deja un resultado que se acuerda de la opinión de Schopenhauer, según la cual el yo es un punto cuya inmovilidad es eficaz para determinar por contraste la cargada fuga del tiempo. Esta opinión traduce al yo en una mera urgencia lógica, sin cualidades propias ni distinción de individuo a individuo.”

En este marco desalentador para el lugar del yo, Borges se sumerge con una profunda desdicha, de la que se da cuenta accediendo a los tantos ensayos y cuentos borgeanos que hacen referencia a su batalla personal con el tiempo. No poder derrotar al tiempo es un fracaso personal, pero la búsqueda de la verdad esta antes del éxito mediocre.

Se convierte este escepticismo en uno de la clase más genuina, un escepticismo en beligerancia, científico, de investigación, y radica en esta caracterización el elogio del escepticismo que se pretende mostrar, el del compromiso con el conocimiento y la razón, que puede entenderse también, aunque rompiendo un poco las reglas, en la duda cartesiana y en la constitución del yo pienso.

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