Con un carraspeo de garganta me dispongo a dar el discurso.
El público anhela las palabras, están ansiosos, la sangre les hierve, aprietan los dientes, se acomodan en sus butacas, abren intensamente sus oídos, preparan su alma receptora, acicalan el pensamiento, experimentan las sensaciones previas a la gran revelación, se figuran las imágenes que aparecerán, intentan atinar la palabra con la que empezará la disertación, se amoldan a las posibilidades del discurso, intensifican cada uno de los sentidos para degustar, oler, ver y tocar las palabras sobrevinientes, buscan excitados el lugar exacto por el que habré de aparecer, dejan las preocupaciones mundanas de lado, a favor de una liberación anímica que permita asimilar cada palabra, susurran para sí lo importante que es este momento para ellos, se acomodan nuevamente en las sillas, respiran con tranquilidad, se arremangan, practican semblantes actorales que demuestren la profundidad de su interés por las futuras palabras, se miran entre sí, midiéndose, a ver quién esta más a la altura, se creen omnipotentes, después bajan y se ponen nuevamente en el humilde lugar de oyentes, silencian los susurros previos.
Todos, a la vez, se dan cuenta de que no les interesa el discurso.
Todos, uno a uno, se retiran.
sonrío...
ResponderEliminarbesos*