Muchas historias en una

Carecería de fundamento mi escrito si no explotara en mí el dolor detrás de los ojos.

La presión fomentada por el aire caliente, el agua hirviendo, la sal invisible que vuela en el aire y alguna responsabilidad que le quepa a las camas impuntuales, a las noches largas cargadas de pensamiento.

Entonces no hay otra posibilidad que anular la falta de deseo por doble negación y postrarse frente a unas letras que van tomando una forma que me esclaviza, y a la que con cierta sumisión me entrego.

Así comienza la historia que habla de una princesa en un reino lejano, de cómo el mar un día se levanto contra la tierra, de lo sustituible de la condición humana, de la política de un país utópico.

Y en su largo recorrido independiente, las letras van diciendo sucesivamente que la princesa nació pobre y esclavizada por caprichos burgueses, que soñaba con los lujos, que tenía poco interior y mucha ambición; que Poseidón era un dios vengativo y que tenía las características humanas que las mitologías antiguas adosaban a los dioses y por eso no podía soportar afrentas o infidelidades; Que con el tiempo vamos dejando células muertas en los caminos que pisamos, que cada instante es melancólicamente único e irrepetible, que cuesta aceptar la indiferencia de un mundo que sigue su rumbo cuando desaparecen personas que son partes de nosotros mismos; que la democracia como sistema político sigue apareciendo como la mejor opción y que mientras tanto, sus imperfecciones se hacen cada vez más visibles, reprochables y debemos sufrir los avatares de su defectuosidad.

Las letras hacen, esta vez, lo que no deben, que es contar el final, que es avanzar más allá de lo que quisiéramos saber en las primeras páginas: nos cuentan de desamores, desencuentros, de muerte y de cosas tristes.

Nosotros, ya atrapados, inmovilizados, amordazados y tentados por los eslabones que nos van guiando en el camino lector, nos rendimos ante las palabras y aceptamos su destino fatal.