sábado, 11 de diciembre de 2010

Objetivado

Como si me balanceará en mi propia subjetividad y cayera airoso, equilibrado, fuera de mí y pudiese objetivarme, detengo el momento, memorizo cada ente del momento y cancelo todo fenómeno que se encuentre a mis espaldas.

Así, sedado por un conjuro propio, por unas magias escurridizas, puedo describir, por primera vez, algo. Pero ya desprovisto de las adjetivaciones y vocaciones propias de los poetas, de los pintores. Alejado del realismo y sumido en una altura tal que desdibuja todo color conocido.

Debería expresar en términos que les son ajenos a quienes puedan leerlo, un retrato del momento. Sólo es posible comprender mis palabras siendo yo, fuera de mí. Y es contradictorio y arduo soportar estos menesteres en un yo que no deja de ser subjetivo.

Las alturas son relajantes, un éxtasis continuo, pero poco perdurable. Descubro, a último momento, que el éxtasis no dura poco, sino que yo no puedo permanecer en las alturas.

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